martes, 13 de noviembre de 2007
Grossi /TESINA / 4
Este cambio ideológico y estratégico que ha influido a todos los niveles de la organización social, no es más que parte de un proyecto mucho más amplio y capilar, puesto en marcha por la ideología neoliberal, por la estrategia del espectacular integrado como lo define Guy Debord en su libro: Comentarios sobre la sociedad del espectáculo.
A finales de los 80, en plena remodelación del orden mundial y en los 90 con la globalización de la economía, de la producción, del comercio y en definitiva con la voluntad de imponer el proyecto de la ideología neoliberal, se produjo cierta incomodidad frente a estas manifestaciones de despotismo e imposición. No es que no se estaba conforme con que hubiera una necesidad de cambio, sino de cómo éste se estaba gestionando. La de Seattle en 1999 fue la primera respuesta a esta situación que posteriormente se extendió al resto del mundo. Franco Berardi, en su libro La fábrica de la infelicidad (1) nos informa:
“Las pancartas de los manifestantes de Seattle decían Stop Globalization, y eso ha llevado a identificarles como un movimiento contra la globalización. Pero se trata de un malentendido. Este es el primer movimiento social global, una oda que atraviesa el circuito productivo del semiocapital, introduciendo en él un principio de autoorganización social de la inteligencia conectiva. Desde ese punto de vista podemos decir que Seattle ha sido la primera revuelta de la net culture” (2)
En definitiva es un movimiento antagónico y crítico con el modelo de globalización que se quiere implantar e imponer y es conciente de que:
“Sólo las mujeres y los hombres, en cuanto sujetos de conocimiento de sus propias vidas, de sus técnicas y de sus propias necesidades, pueden decidir en qué dirección debe ir el mundo” (3).
Este movimiento surgió precisamente en los ámbitos de la industria emergente de la información. Es decir, que en principio fueron los trabajadores cognitivos, el cognitariado para utilizar un neologismo de Bifo, los productores de símbolos y signos, los que se movilizaron utilizando, precisamente, los medios puestos a su disposición por la industria de la información. A raíz de estos cambios tan radicales como la nueva economía digital, los atentados del 11 de septiembre y las guerras activas a nivel planetario, y no sólo, ya no es posible funcionar según los parámetros de la gran narración de la que trata Jean Francis Lyotard en su libro La condition postmoderne de 1979 (4). La gran narración es posible cuando hay un amplio consenso respeto a las creencias, las normas y las reglas que subyacen al juego, me refiero al juego de relaciones entre individuos y sociedades. Hace tiempo y ahora más que nunca, al encontrarse esto siempre más en entredicho, una de las posibilidades es la de desarrollar narraciones locales, ligadas a contextos concretos.
CONTINUARÁ
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